Sunday, April 1, 2018

Los Decapitados, la construcción/destrucción del Rock


RODRIGO VILLEGAS

Muchas veces para avanzar, para sobrevivir el camino, uno debe eliminar a los ídolos, extraerlos del cuerpo, del espíritu, por muy calados que estén allí, dentro nuestro. Por supuesto no es una tarea fácil. Se necesita de un tiempo, de la potencia necesaria para definir el día y la hora, o los segundos en los cuales vamos a llevar a cabo el ritual de desprendimiento.

Los Invisibles, Los Vengadores, Los Decapitados. Grupos, sectas que interactúan entre sí para adentrarse en las llamas de la destrucción, de lo inevitable. Cada uno a su modo, a través de la violencia, de los golpes o de la música, saca lo peor/mejor de sí para apelar esa parte dormida de la conciencia que parece buscar – sin encontrarlo –  el límite preciso y no rebasar la frontera. Y fallan.

Los Decapitados (Editorial 3600, 2017) es la más reciente novela de Iván Gutiérrez (Bolivia, 1988). Sus anteriores novelas son Laura se ve hermosa así (La Hoguera, 2009) – novela con la que ganó el premio nacional Noveles Escritores de aquel año –, El pulpo (2012) y La fogata (Plural, 2014). Cuatro novelas publicadas desde sus 19 a 30 años. Pocos autores del país han logrado esa hazaña. Por supuesto aquello es resultado no de la casualidad, sino de la causalidad.

En la novela, dos personajes se proponen asesinar al vocalista y líder de la banda punk Los Decapitados. Arturo Borja, el vocalista y líder, anunció la separación de la banda después de muchos años de éxito junto a los demás integrantes. Quizá se anime a sacar algún disco solista y le vaya mejor, o “ensucie” su carrera musical desplazándose hacia otro estilo, uno quizá alejado de la banda, estandarte de toda una generación.

Pero los motivos parecen ser, en el fondo, más profundos. Matar a Arturo Borja quizá sea incendiar algo dentro de ellos, los personajes, para continuar, o lo contrario: aniquilar los símbolos para no ser expulsados de aquel lugar cómodo, conocido.

Felipe y Sofía conducen una camioneta en la noche, van por Borja. Son dos admiradores de la banda y estarán presentes en la última tocada de Los Decapitados. El plan es, allí, después de la música y el descontrol, al finalizar el concierto, llegar de alguna forma a Arturo Borja y acabar con su vida. El motivo del largo viaje es destruir lo que alguna vez se amó antes de que se convierta en un recuerdo simple, en una anécdota de tiempos mejores. Finalizar ya, ahora. Quizá sea un símbolo del amor. Acabar con él cuando aún es tormenta de fuego y no una leve brisa, el destino de toda prolongación excesiva de la relación sentimental. Quizá.


Pablo es otro de los personajes, el tercer integrante del grupo Los invisibles que conforma con Felipe y Sofía. Un grupo que se encarga de secuestrar y dañar físicamente a personas que pagan por aquel simulacro que dura varios días. ¿Un símbolo hacia la ficción, hacia ese estado en el que nos encontramos los lectores cuando se nos presenta una historia que, a pesar de las consecuencias que pueda llevar hacia nosotros, no nos detenemos de leer? O del escritor y ese tiempo que pasa apresado por la historia, que a veces infringe un daño en su piel, en su carne, todo con el fin de la creación de la historia, a pesar de todo, a pesar de todos y de nada.

“El ciego dijo que escribir era una mierda, que de alguna manera te aleja de las personas. El requisito era siempre distraerse, alejarse, después acercarse con alguna cosa escrita, perderlo todo y tratar de nadar en un pantano”, dice uno de los personajes que aparece en la historia. Reflexiona acerca de la ficción.

Pablo es un ser que se transforma en silencio, que calla pero que se limita a entender la vida de mejor forma a través de las historias, de la vida de otros. Le pasa con Sonnia Nicolai Fedorovna, escritora rusa contemporánea de Dostoievski, Flaubert y Baudelaire, de la cual se propone realizar una biografía. Una novelista profunda y tan buena como los narradores rusos de su época, pero menos reconocida y admirada. Pablo parece sentir cierta identificación con la historia de Sonnia.

Los Decapitados está dividida en cuatro partes, cada una con un registro diferente, con historias contadas desde diversos planos, desde diversas voces. Incluso dentro de los mismos capítulos – algo así como una matrioshka –. Todas se juntan de gran manera, cierran el círculo de la historia que cuenta Gutiérrez, que es la primera parte de una trilogía que pretende publicar la editorial en este año. Que así sea. Que se dé.

Una novela que explora la soledad y los caminos a los que nos lleva ella, porque estar solo no es necesariamente no estar acompañado, sino sentir un vacío a pesar de tener personas cerca. Felipe, Sofía, Pablo y Arturo comparten este escenario. Y en el mismo se desenvuelven.

Cada uno de estos comparte una especie de trauma creado por sus padres. Algunos explotan esas marcas a través del arte (¿otra referencia al trabajo artístico?). “A pesar de que podría pensar que era una canción de tinte romántico (se refieren al tema Corre conejo, corre, de la banda), el ‘decapitado’ la había escrito por el abandono que sufrió de su madre cuando él era niño, hecho que lo había marcado durante el resto de sus días”.

Me recuerda a lo que sucede con Té para tres, de Soda Estéreo. Es, al parecer, una canción de amor, y funciona como tal, pero la historia original se remite a la de los padres del compositor de la letra, Gustavo Cerati. A la de una conversación dolorosa entre los tres. Los creadores y el creado.

Los Decapitados maneja los registros de un diario, pero también los del periodismo (entrevistas), de las cartas, de la biografía, del ensayo, aprovecha los pies de página para explorar más las escenas y la mejor de todas: la música.

Iván Gutiérrez se dio a la tarea de adaptar temas musicales que incrementen la verosimilitud de la novela, ya que las canciones “pertenecen” a Los Decapitados, la banda de la novela. Las siete canciones del disco fueron escritas por Gutiérrez y producidas e interpretadas por la banda argentina Isla Común. Gutiérrez toca la batería y canta en muchas de ellas. Una tarea mayor y que se aplaude por lo complejo que significa aquello, crear arte para solventar el arte. Pocas obras realizan aquel trabajo. Diablo guardián (Alfaguara, 2003) del mexicano Xavier Velasco se disfruta mucho más con la canción a la que tanto hace referencia, The Passenger, de Iggy Pop, o algunas novelas y cuentos del japonés y siempre candidato al Nobel de literatura Haruki Murakami (Norwegian Wood (Tusquets, 2005) , el título de una de sus novelas, es una canción de los Beatles y Yesterday, como titula un cuento de su libro Hombres sin mujeres (Tusquets, 2015), es también de la emblemática banda británica).


Eterna balística, Contra el asfalto, Cama enferma son algunas de las canciones de la banda, todas “compuestas” por Arturo Borja. Se las puede escuchar y descargar accediendo al link https:/soundcloud.com/los–decapitados.

“La cama es una mascota doméstica/sabe a quién dar la mano y a quién morder/pero desde que contagia rabia, no sé dónde esconderla/no lo sé, vos sabes”, es un fragmento – escrita en una parte del libro – de la letra de Cama enferma.

Las canciones, así como la novela entera, intentan hacer una radiografía de la soledad, de la violencia, de los restos que quedan después de lo memorable, de los recuerdos que se transforman en sueños o pesadillas. A veces es mejor no tener memoria, no arruinar el tiempo.

“Nunca nos dijimos nuestros nombres. Está bien, así se mantiene el misterio, se mantiene las posibilidades de nunca hacernos daño. La gente es una mierda, de alguna manera quiere destruir tus letras, así que no nos dijimos nuestros nombres”, cuenta Arturo Borja en una entrevista.

Los Decapitados es una novela que se disfruta pero que también te envuelve en la melancolía, pero no como un “mal” estado de ánimo, sino como uno placentero. “La melancolía es distinta a la depre. La depre es una mierda. No sabes qué hacer, quieres desaparecer. Con la melancolía es al revés, quieres hacer de todo, hablar, resolver tus problemas”.           

Es difícil no quedar prendado de la lectura de la novela de Iván Gutiérrez. No aburre. No cansa; lo contrario, atrae, te impulsa a seguir palabra tras palabras hasta llegar a la última página – son poco más de 130 – y te acompaña aún por un tiempo más. “Las cosas son así, una se enamora del tiempo que pasa con otra persona”, confiesa Sofía en su diario, registro de actividades diarias. Otro símbolo de la literatura y el humano, la capacidad – así como en el amor te aferras a una persona – de quedarse prendado de una historia. Los Decapitados causa ese efecto. Y solo es la primera parte. Esperemos la llegada de las dos siguientes. Y más canciones. Más rock.


Por Rodrigo Villegas Rodríguez, recolector de historias contadas en papeles botados en la calle. Tiene un gato.

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De INMEDIACIONES, 24/03/2018

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